04/12/2024

Proteger y ser protegido: puede ser una fuente de felicidad

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PROTEGIDO portada
01/10/2022

Todos los seres humanos necesitamos contar con un entorno que nos brinde protección. El ser humano tiene momentos en los que se puede sentir frágil y comprende, más allá de la razón, que necesita ser protegido. Se trata de una necesidad fundamental que está presente desde que nacemos y que nos acompaña hasta la muerte.

El deseo y la necesidad de ser protegido no siempre tienen la misma intensidad. Obviamente, se hacen más fuertes cuando nos encontramos en un estado de vulnerabilidad manifiesta. Cuando enfermamos o cuando transitamos por un entorno desconocido, por ejemplo. En suma, cuando nos enfrentamos a cualquier situación de resultado imprevisto

La necesidad fundamental de ser protegido también aumenta cuando nuestro estado emocional es frágil, aunque no exista ningún riesgo externo. En momentos de inseguridad, de desesperanza o de angustia aumenta la necesidad de contar con personas y circunstancias que nos permitan sentirnos protegidos. En el fondo, todos lo sabemos. Sin embargo, ¿sembramos y fortalecemos realmente esas presencias y esos lazos de protección en nuestra vida?

La génesis del sentimiento de protección

En realidad, una cosa es ser protegido y otra sentirse protegido. A veces ambas realidades van de la mano, a veces no. Sentirse protegido supone tener la certeza subjetiva de que se cuenta con apoyo para salir de esas situaciones en las que la fuerza propia no es suficiente. Ser protegido tiene que ver con algo más concreto. Se refiere a la activación de esos soportes.

El sentirse protegido es un sentimiento reconfortante. Nace en los primeros años de nuestra vida y depende en gran medida de nuestra madre, o de quien haga sus veces. Es en esas etapas iniciales cuando se nos imprime un sello de protección, o un vacío de la misma.

La presencia de la madre o de una figura referencia que se haga cargo de nosotros nos da una sensación de omnipotencia en esas primeras etapas. Como si nada pudiera sucedernos. Lo mismo sucede al contrario. Si lo que hay es una ausencia de esa madre protectora, es como si todo el universo fuera amenazante. La sensación, o parte de ella, queda grabada en la manera en la que nos relacionemos con los demás y con el mundo en los años siguientes.

Ser protegido: un asunto de vínculos

Cuando alguien crece con la sensación de ser protegido, aprende a confiar en los demás y en sí mismo. Una consecuencia de esto es que logra establecer fácilmente vínculos cercanos y afectivos con los demás. En cambio, si uno arrastra consigo la huella de la desprotección, le será muy difícil vencer el miedo a involucrarse afectivamente con los otros.

La marca de la desprotección también propicia que sea muy difícil encontrar un equilibrio en la forma de proteger a los demás. O hay una cierta negligencia en ese cuidado que podemos prodigar a otros o se da un celo excesivo.

De la misma manera, puede llevarnos a crear una coraza frente al mundo. Esa coraza es un reemplazo para la protección que no se tuvo. Buscamos entornos que no sean amenazantes y nos refugiamos allí, negándonos a salir. Un trabajo, una adicción, una pareja… Lo que sirva para no experimentar la sensación de estar en riesgo. El precio, sin embargo, es muy alto.

Rutinas y  relaciones protectoras

Si cargamos con ese peso de la sensación de no haber sido suficientemente protegidos, esto no quiere decir que no haya nada que hacer. Todo lo contrario: hay mucho por hacer. Lo primero, hacernos conscientes de que llevamos ese vacío y que eso nos hace más susceptibles al miedo, a la inseguridad y al ensimismamiento. Se requiere valor para no dejarse consumir por ello, pero se puede lograr.

Es importante reconocer la importancia de crear vínculos protectores con los demás. Dar lo que no se tiene. A veces uno aprende solo cuando tiene que enseñar. Así pasa con ese sentimiento de ser protegido. Si aprendes a proteger a otros, es muy posible que el vacío pese menos. También que consigas una reciprocidad en los demás.

Así mismo, es necesario diseñar rutinas, formas de vida, que te permitan erradicar ese sentimiento de exclusión que tantas veces acompaña a quienes no han sido suficientemente protegidos. Formar parte de un grupo estable se convierte también en una vía para incrementar tu sentimiento de confianza frente al mundo.

Construir una fortaleza alrededor de ti mismo y aislarte no es una buena idea. No hará que te sientas más seguro ni experimentar la dicha de sentirte protegido. Al contrario. Tus miedos y tus prevenciones crecen. Por más que dé miedo, hay que abrir la puerta y dejar que entre el sol.