La sociedad nunca ha sido tan antigua, y vieja y, a la vez, tan adolescente, como lo es ahora. Hace años que los sociólogos y los antropólogos, lo han conceptualizado: «la infantilización«. Es la era del culto a la juventud, la veneración de la inmadurez, y la exaltación de lo aniñado.
La sociedad, se ha transformado en parte en una panda de «adolescentes-adultos». Esta aspiración a la eterna juventud es un filón de negocio para la industria de la belleza, la alimentación sana, sin grasas, sin azúcar, sin… La obsesión por ponerse pelo, quitarse arrugas, ponerse tetas, quitarse «michelines», parecer lo que ya no podemos ser.
La impulsividad domina la reflexión. Se escucha poco. No nos interesa mucho lo que dice el de al lado. En las redes sociales, Instagram, Facebook, perfiles de WhatsApp… pretendemos dar una imagen de felicidad, y que lo estamos pasando «superbién», que en muchas ocasiones no corresponde a la realidad. «Dime de lo que presumes y te diré lo que te falta».
Se nos llena la boca hablando de derechos… pero y los deberes y las obligaciones? Los deberes son cargas, son obligaciones que el adulto tiene que asumir, y eso no nos gusta.
La cultura del pensamiento va evolucionando hacia una cultura de la satisfacción inmediata, hacia el pasarlo bien. Guay!! Y eso también ha marcado en la política, que cada día se vuelve más simple. Todo ha de ser fácil, rápido de digerir. Lo quiero lo tengo.
En esta infantilización de la sociedad aflora algo propio de la inmadurez: el miedo. Hoy, en el mundo más seguro que ha visto la historia, los occidentales viven aterrados. ¡Tenemos miedo de todo! Sobre todo a morir!!
