En la España no hace tanto tiempo, se toleraba que los niños bebieran alcohol. Los vinos Kina San Clemente y Quina Santa Catalina no solo eran consumidos por los infantes, sino que eran recomendados por supuestos “expertos” como uno de los mejores medios para que los chavales crecieran más y mejor y sobre todo para recuperar el apetito.
En una época en que la medicina evidentemente, no disponía de los avances actuales, algunos de los remedios existentes en aquel momento, pueden sorprendernos en nuestros días: los cambios de aires, que era algo tan simple como salir del entorno en el cual se vivía, ir a tomar las aguas, en según que fuentes que brotaban en algún rincón, o sanar la tuberculosis buscando entornos bien ventilados, o beber un poco de agua del carmen par superar un desvanecimiento…
Que los niños y niñas comieran para merendar, una rebanada de pan de payes, regada con vino tinto y azúcar, era un remedio que recomendaba a los más pequeños que crecían débiles, y con falta de energía.
Hasta los años 70, e incluso los 80, no era raro mojar el chupete de los bebés en coñac para que durmieran mejor o mezclar el agua de los botijos con anís para “limpiar el agua de gérmenes”.
Historia de los vinos para niños
Lo que llama la atención respecto a la bebida quina, o vinos quinados, fueron las grandes campañas publicitarias por televisión, en el único canal que existía, que era la primera cadena, con las que fueron apoyadas en las décadas de los 60 y 70.
Este tipo de bebidas habían tenido un gran boom en todo el mundo durante el último tramo del siglo XIX, y fueron afianzándose la primera mitad del siglo XX. Eran consideradas bebidas medicinales, se creía que sus efectos para la salud eran casi mágicos.
Las campañas publicitarias estaban claramente enfocadas al público infantil, con mensajes como “Es medicina y golosina”, tal y como decía un conocido eslogan de Quina Santa Catalina, o “El vino quinado es excelente para mayores y niños”, como anunciaba Kina San Clemente.
Uno de sus anuncios intentaba convencer al respetable que lo más lógico, sano y natural para acompañar el bocadillo de la merienda de los pequeños eran unos buenos lingotazos de vino, para que pasase mejor.
Total, una bebida de entre 13 y 15 grados de alcohol no podía hacer ningún daño a los chavales. Vamos, como si hoy día apareciera un mozalbete en un anuncio televisivo con una copa de coñac en una mano y un puro Montecristo en la otra, más o menos.