A punto de cumplir 100 años, ha muerto Felipe de Edimburgo, esposo de la reina Isabel II de Inglaterra durante 72 años y príncipe consorte desde hace 69, según ha informado el palacio de Buckingham.
Su figura, siempre por detrás de la soberana británica, ha marcado la reciente historia de Inglaterra y su personalidad, no siempre políticamente correcta, aunque le granjeó algunas críticas nunca opacó su papel público.
Padre de cuatro hijos, abuelo de ocho nietos y bisabuelo de nueve biznietos, Felipe de Edimburgo era el decano de la realeza europea.
El príncipe Felipe de Grecia y Dinamarca había nacido en la isla de Corfú. El único varón y el más joven de los cinco hijos de la princesa Alicia y el príncipe Andrés, de origen germano-danés. Eran ‘royals’ de segunda fila, sin fortuna alguna. Su infancia fue caótica, sin raíces, ni hogar. Poco después de su nacimiento, tras un golpe anti monárquico, la familia debió refugiarse en París, donde vivió con la ayuda de unos ricos allegados.
La madre acabó en una institución psiquiátrica, cuando el niño tenía ocho años. Su educación fue una sucesión de internados, en Francia, Inglaterra y Alemania y en la escuela de Gordonstoun, en Escocia. Era malo en los estudios, bueno en los deportes y pronto comenzó a despuntar el adolescente macho alfa, ocioso, juerguista y amante de las bellezas femeninas, que definiría en buena medida su estilo como adulto. La carencia de relaciones afectivas o de figura paterna marcaría la distancia que tendría con sus propios hijos.